"Una ficción" |
Afuera había un solazo padre y yo sola. Encerrada. Embolada. Embotada. Emputecida y dolida. Ahí fue que pequé. ¿Por qué no?, me dije, necesito humanos normales que me capturen la atención, que me saquen del pozo, ya que no puedo sacarme yo, y me armé una cuenta en el Tinder. Elegí dos o tres fotos más o menos pasables y allá fui, atravesando todo tipo de prejuicios. Pasé dos o tres días que no me animaba a poner nada a nadie, porque había seleccionado SÓLO MUJERES. Había oficialmente, o casi, aceptado mi nueva condición de género degenerado, a ver qué sentía, a ver a dónde terminábamos. Miraba y miraba chicas, algunas me gustaban, otras no, hasta que vi su foto, sentada en un silloncito, con el perro a su lado, se la veía tan tranquila, transmitía esa energía que me atrajo al comienzo, cuando nos fuimos a comer después de la conferencia de Escohotado; las apariencias engañan, y las energías también.
Junté coraje y le puse un corazón. ZAC. Con toda la vergüenza del mundo. ¡Mirate haciendo semejante cosa, Marina! Y pasados tres o cuatro minutos me salió un enorme cartel: ¡Match! Casi me muero. Eso significaba que ella también me había corazoneado, ya no había vuelta atrás. Entonces me aterré, cerré todo al carajo y me fui a hacer otra cosa, no recuerdo qué, posiblemente me refugié en algún libro. Pero al otro día enfrenté, como suelo. Abrí la aplicación y ella, más valiente que yo, había puesto: Hola. Así empezamos a charlar hasta que nos pasamos los teléfonos. Y nos íbamos a ver ese viernes pero me enteré de la conferencia del Gurú, entonces le conté, como para cambiar la cita de día, pero me sorprendió, se vino conmigo a verlo al Gurú, rauda y veloz, festejando el imprevisto. ¿Cómo no me iba a enganchar si se adaptaba de lo más tranquila “a lo que venga”, libre y frugal, como una libélula? Pero… (Sigue)
Continuará...
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