¿Y la chica?, volvió a preguntar mi Mare, que estaba ansiosa por recibir visita, por tener público que le pusiera atención. Sólo así se queda tranquila, cuando tiene público atento a ella y solamente a ella. Claro, la tipa no se aguanta a nadie, no riega las plantitas de las amistades, le encuentra el pelo a cada una de ellas, entonces pretende vivir de las mías, que también escasean, por la misma razón, bueno, no, saquemos lo del pelo, pero riego sólo mis helechos. Y en eso acertaba Rocío, posiblemente me quedara sola bastante cuando mis padres se fueran de este mundo, sí, pero en lo que no acertaba era en que no sabía vincularme. Me vinculo, con poca gente, es cierto, pero me vinculo al fin. ¡Eso demuestra que está dentro de mi capacidad! (¡¿O no?!) Aunque ella insistiera con que yo era un témpano insensible y manipulador y egoísta en ese mismo momento por mensaje del whatsapp.
¿No viene?, insistió mi otra psicópata preferida, esa de la que no me puedo desligar ni aunque le rece a María Marta Serra Lima. Me miraba inquisitiva ya parada y con el andador presto para salir de gira hasta el bar de la esquina. ¡Estoy harta de estar acá encerrada!, agregó. La miré. Por momentos me daban ganas de matarla, de gritarle a los cuatro vientos su problema de salud y enterarla de que si yo no hacía todo lo que estaba haciendo posiblemente le quedara más bien poco. ¡Mejor!, podría haberme respondido, era capaz, y yo la hubiera dejado sola como supe hacer una vez en la adolescencia cuando se rompió una pata y me trató de igual manera. Sola en medio del hospital. Se las arregló lo mismo. Después tuve que aguantarme encima el sermón de una amiga de ella que, obviamente, no vivía con mi Mare y desconocía su (des)trato para conmigo. Así cualquiera.
Tampoco podía relatarle lo que acababa de pasar, la escena que había montado la gallega por el asunto de los cigarrillos. No respondí enseguida. Respiraba sin dejar bajar el aire pero no me daba cuenta, signo de ataque de pánico, o casi, empezaban a dolerme los omóplatos. Está acá a la vuelta comprando en el quiosco y no quise que te quedaras tanto sola, contesté finalmente, sin pensar.
Así que como no me dejaba querer, al menos como Rocío pretendía, merecía yo que se me dijera de todo. Porque cada mensaje que leía era peor, de una agresividad inusitada. Claramente lo que le molestaba no era que no me dejara querer, no, era otra cosa. No la enfurecía que no supiera vincularme y mi solitario destino por ella vaticinado. El problema era otro, pero no entendía yo qué cuernos era lo que le molestaba de mi. Qué había hecho para que de pronto se pusiera así, al punto de tratarme de la forma en que me estaba tratando. ¡Me estaba aniquilando! A veces me daba la sensación de que fabricaba mis emociones para usarlas luego en mi contra. Recordé su expresión de hacía sólo un momento, sentada en la vereda, me pareció verle la cara al mal. (Sigue)
Continuará...
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